Sesión 10: Sanar el miedo, la preocupación
“Nos hemos detenido momentáneamente para encontrarnos unos a otros, para conocernos, amarnos y compartir. Éste es un momento precioso pero transitorio. Es un pequeño paréntesis en la eternidad. Si compartimos con cariños, alegría y amor crearemos abundancia y alegría para todos. Y entonces este momento habrá valido la pena ”
Deepak Chopra, Las siete leyes espirituales del éxito.
Desde el momento que asumimos la preocupación, la turbación de espíritu e incluso el miedo como parámetros inequívocos de nuestro grado de responsabilidad comienza una secreta y callada veneración por estas sombras que pueden llegar a convertirse en un flagelo.
Hay alguna cuenta por pagar, hay grupos de diferentes ideologías políticas luchando por el poder, hay inseguridad personal, hay epidemias mortales e instrumentos de guerra que podrían en un segundo acabar con el planeta. Realmente en el plano directamente físico es poco lo que podemos hacer, sin embargo, nos entregamos a la preocupación con pasión de amantes.
Invertimos demasiada energía discutiendo nuestros puntos de vista sobre estos asuntos que nos preocupan, tomando todo tipo de previsiones que rayan en el comportamiento paranoide y en el camino perdemos la posibilidad de un sueño tranquilo, un apetito saludable y un correcto funcionamiento físico, mental y espiritual.
Un presidente norteamericano dijo alguna vez que si algo hay que temer es al temor mismo. No podía ser más acertado. Como también se dijo alguna vez, en la epidemia de peste de Europa siglos atrás más gente fue muerta por el miedo huyendo en estampidas o repeliendo a potenciales infectados que directamente por la enfermedad.
El miedo no es un estado natural. No lo es porque, de ser así, ninguna de nuestras funciones corporales estaría en marcha. Seguramente si quedara por nuestra cuenta controlar el corazón, nos reocuparíamos tanto por cuidar que no se desgaste que lo dejaríamos trabajar a tan baja intensidad que moriríamos. El propio acto de nacer sería evitado con todas nuestras fuerzas para no enfrentarnos a este mundo de horrores.
En realidad, nuestro estado natural es el de la confianza, la fe. La fe del niño todavía en el vientre de su madre que debe necesariamente confiar que se le dará el alimento indispensable para poder existir. La fe con la cual vamos a acostarnos cada día sabiendo que el sueño es un proceso natural, un paréntesis del cual despertaremos con nueva energía. La confianza con la que dejamos que nuestro corazón lata, nuestros riñones trabajen y nuestros pulmones nos oxigenen.
Pero a medida que vamos creciendo nos vamos volviendo escépticos y la preocupación es un signo de adultez, de hecho, cualquier persona que no entre en este esquema se le considera “ingenuo como un niño” y con esto se pretende un mayor o menor insulto.
No puedo decir, al menos no en un primer momento, que con la solución que propongo las preocupaciones serán barridas de su vida pero, sin lugar a dudas, usted podrá, como hemos podido revisar, darse cuenta que:
1)Usted es mucho más que sus preocupaciones
2)La preocupación no es su estado natural, puesto que vivió muchos años sin ellas
3)Es su decisión y su responsabilidad preocuparse o no
4)Sus preocupaciones por sí solas no le ayudan a solucionar nada
De esta manera, le propongo que haga un esfuerzo conciente por revisar sus preocupaciones y su fe, no sus simples creencias sino aquello en lo que, digamos, en una situación límite como su presencia en un avión que está apunto de estrellarse le queda a usted.
Deepak Chopra, Las siete leyes espirituales del éxito.
Desde el momento que asumimos la preocupación, la turbación de espíritu e incluso el miedo como parámetros inequívocos de nuestro grado de responsabilidad comienza una secreta y callada veneración por estas sombras que pueden llegar a convertirse en un flagelo.
Hay alguna cuenta por pagar, hay grupos de diferentes ideologías políticas luchando por el poder, hay inseguridad personal, hay epidemias mortales e instrumentos de guerra que podrían en un segundo acabar con el planeta. Realmente en el plano directamente físico es poco lo que podemos hacer, sin embargo, nos entregamos a la preocupación con pasión de amantes.
Invertimos demasiada energía discutiendo nuestros puntos de vista sobre estos asuntos que nos preocupan, tomando todo tipo de previsiones que rayan en el comportamiento paranoide y en el camino perdemos la posibilidad de un sueño tranquilo, un apetito saludable y un correcto funcionamiento físico, mental y espiritual.
Un presidente norteamericano dijo alguna vez que si algo hay que temer es al temor mismo. No podía ser más acertado. Como también se dijo alguna vez, en la epidemia de peste de Europa siglos atrás más gente fue muerta por el miedo huyendo en estampidas o repeliendo a potenciales infectados que directamente por la enfermedad.
El miedo no es un estado natural. No lo es porque, de ser así, ninguna de nuestras funciones corporales estaría en marcha. Seguramente si quedara por nuestra cuenta controlar el corazón, nos reocuparíamos tanto por cuidar que no se desgaste que lo dejaríamos trabajar a tan baja intensidad que moriríamos. El propio acto de nacer sería evitado con todas nuestras fuerzas para no enfrentarnos a este mundo de horrores.
En realidad, nuestro estado natural es el de la confianza, la fe. La fe del niño todavía en el vientre de su madre que debe necesariamente confiar que se le dará el alimento indispensable para poder existir. La fe con la cual vamos a acostarnos cada día sabiendo que el sueño es un proceso natural, un paréntesis del cual despertaremos con nueva energía. La confianza con la que dejamos que nuestro corazón lata, nuestros riñones trabajen y nuestros pulmones nos oxigenen.
Pero a medida que vamos creciendo nos vamos volviendo escépticos y la preocupación es un signo de adultez, de hecho, cualquier persona que no entre en este esquema se le considera “ingenuo como un niño” y con esto se pretende un mayor o menor insulto.
No puedo decir, al menos no en un primer momento, que con la solución que propongo las preocupaciones serán barridas de su vida pero, sin lugar a dudas, usted podrá, como hemos podido revisar, darse cuenta que:
1)Usted es mucho más que sus preocupaciones
2)La preocupación no es su estado natural, puesto que vivió muchos años sin ellas
3)Es su decisión y su responsabilidad preocuparse o no
4)Sus preocupaciones por sí solas no le ayudan a solucionar nada
De esta manera, le propongo que haga un esfuerzo conciente por revisar sus preocupaciones y su fe, no sus simples creencias sino aquello en lo que, digamos, en una situación límite como su presencia en un avión que está apunto de estrellarse le queda a usted.
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