domingo, marzo 22, 2009

Sesión 9: Sanar el egoísmo, la soledad, el aislamiento

“Sé tú mismo el milagro”
Bruce Almighty


Hemos comprendido la importancia de ser agradecidos, de asombrarnos frente a las pequeñas cosas de la vida que realmente son milagros permanentes y tangibles para nosotros en cualquier situación, pero aún así nos encontramos demasiado centrados en nuestra vida, nuestra preocupaciones, nuestros deseos, nuestros temores. No es cuestión simplemente de no tener coyunturalmente pareja o cualquier otro tipo de compañía, en realidad estamos desconectados con lo que nos rodea.

Podemos incluso llegar a pasar las evaluaciones de los símbolos externos del éxito: tenemos una carrera profesional ascendente, tenemos más dinero, más objetos, pero todavía estamos vacíos. Y en cada paréntesis de nuestra agitada vida ese vacío se nos hace demasiado real y tratamos de olvidarlo poniéndonos nuevamente en movimiento.

Muy probablemente estemos tan ensimismados en nosotros mismos que estamos generando barreras de protección tan altas que somos fácil presa de la soledad y el aislamiento.
Esta desagradable sensación tiene una forma de curación que día a día se me prueba más efectiva y es la generosidad. La capacidad de dar desinteresadamente, la capacidad de emprender cualquier tipo de viaje (llamémoslo proyecto laboral, relación amorosa, dieta, por dar algunos ejemplos) por el simple hecho de querer disfrutar la travesía, es indispensable para librarnos de este problema.

La realidad es que este concepto que tiene en la vida diaria diferentes formas de manifestación (aportes monetarios a instituciones caritativas, voluntariado, ceder el puesto a una persona mayor en una unidad de transporte público) tiene en la comunicación en general y en el lenguaje en particular, unas formas de aplicación muy útiles y precisas.

Por definición, las obras de creación literarias más apreciadas por los lectores y que seguimos leyendo después de siglos se su primera aparición tienen en común la generosidad con sus lectores. Se trata de libros y autores que se esforzaban en presentarnos la mayor cantidad de causas para los conflictos que se manifestaban en el texto, los detalles necesarios para oler las rosas, ver los atardeceres y casi escuchar el llanto de un niño o acariciar la mejilla rosada de un joven que espera porque llegue su “Príncipe azul”. Y el premio que todos estos escritores ganaron fue la inmortalidad. Por su afán de generosidad.

Cuando nosotros escribimos debemos tratar de ofrecer a nuestro lector (aunque en ocasiones no se trate más que de nosotros mismos) toda la información necesaria: ese minuto extra que pasamos observando una situación, ese adjetivo que agregamos para que se gane en claridad llevan en sí mismo la recompensa de la generosidad con uno mismo.

Cuando llevamos nuestro diario podemos probar a no hablar de nosotros ni a utilizarlo como un arma de denuncia o crítica por los errores que pensamos que la gente a nuestro alrededor conoce ni de alabanza a aquellos que actúan como nosotros consideramos que deben hacerlo. El diario es un espacio perfecto para probar la generosidad con otras personas, para tratar de comprender en lugar de criticar.

¿Por qué no tomamos unas líneas de nuestro diario para tratar de hablar de los puntos de vista de otras personas, de las ideas que repelemos, de los éxitos de nuestra familia o amigos? Estos pequeños actos de generosidad secretos se irán transformando en un hábito tan deseable que pronto habrá manifestaciones claras en la vida diaria y que impedirán que podamos volvernos egoístas, solitarios o aislados.