domingo, marzo 22, 2009

Introducción

El crítico inglés Cyrill Connolly, en cita a Buffon, afirma que “escribir bien es a la vez sentir bien, pensar bien y decir bien”. El novelista norteamericano John Gardner explica cómo aquellos escritores abrumados por sus defectos como seres humanos —sus vicios, violencia, tendencias suicidas— cuando escriben logran ser realmente mejores personas. El argentino Ernesto Sábato puntualiza que, en parte, el escritor recorre el mismo camino del demente hacia los infiernos de la mente y sus rumbos se separan cuando el escritor lograr regresar a la cordura y tamizar con su sentido artístico todo lo terrible y traumático de su experiencia. Hasta ese punto llega el poder de la escritura.

La palabra, sin duda, tiene magia en cualquiera de sus manifestaciones: escuchada, hablada o escrita. Pero hay un aspecto en el hecho de teclear en una computadora o tomar pluma o lápiz y pasearlos por un papel que, de alguna manera, fija esa magia, la hace más duradera, me atrevería decir incluso que más trascendente.

Y es a partir de esta magia de la palabra escrita desde la cual podemos comenzar a pensar en verdaderos procesos, primero de conocimiento, luego de transformación y, en los niveles más depurados de su práctica, en una verdadera sanación.

Las definiciones son importantes: al hablar acá de sanación o curación (usaremos como sinónimos ambos términos) en primer lugar nos referimos a una recuperación o mantenimiento del equilibrio mental y/o emocional. No hablamos de fórmulas milagrosas que hacen desaparecer tumores o acaban con alguna otra enfermedad crónica, pero, sin duda, apunta hacia un área que a veces injustamente descuidamos y que influye directamente en la forma como enfrentamos nuestra vida: las técnicas de escritura creativa propuestas y empleadas en herramientas como el diario y el relato de sanación permiten dar orden al caos, armonizar la vida, encontrar puntos de paz, de tranquilidad desde los cuales se pueden construir soluciones integrales y permanentes.

Hace ya cinco años me decidí a ofrecer a otras personas algunas de las técnicas y conocimientos sobre la escritura creativa, que había obtenido después de un exhaustivo arqueo de bibliografía sobre el tema a través del formato de los talleres. En ese entonces me preguntaba si se podía enseñar y aprender la escritura de relatos cortos y me respondía que: “La escritura tiene dos componentes: el talento y lo que podríamos llamar la "artesanía".

El primero, por sus características, sólo permite ser orientado, canalizado. Pero la artesanía se aprende al descubrir algunas herramientas básicas, identificándolas en los relatos de otros autores y en los propios y manipulándolas, jugando con ellas. Un taller literario es un ambiente propicio para este proceso.”

Hoy parto de esa respuesta para construir otra pregunta: ¿es posible utilizar estas técnicas de artesanía de la escritura para que cualquier persona logre mejor su experiencia vital?”. Y con tranquilidad me respondo que si la persona es capaz de comprender la importancia del método, sus fundamentos básicos y tiene la paciencia suficiente para no frustrarse en las primeras etapas, no hay razón para que esto no pueda lograrse.

Me embarco en esta experiencia no con el ánimo de enseñar de manera dogmática una más de las llamadas “terapias alternativas” sino para trasmitir a ustedes esta otra potencialidad de la escritura que he descubierto y en la cual confío.