Una imagen
Estoy escribiendo una novela, de hecho, la primera que estimo tendrá más de 200 páginas.
Todas las noches dedico un tiempo a escribir en los archivos las cosas que he anotado en un cuaderno de trabajo durante el día y otras impresiones o acciones que aparecen mientras me voy dejando llevar.
Desde hace algunos días me acompaña una imagen: esta novela es una alcancía.
La veo claramente, parece una alcancía que yo tenía, en forma de tríagulo con profundidad, con el antiguo logo del Banco de Venezuela. Blanca y azul. Una ranura pequeña arriba y abajo una tapa de rosca que sólo podían abrir los empleados del banco.
Es mi alcancía pero no puedo abrirla a voluntad, simplemente debo ir depositando. Y lo que voy introduciendo son monedas muy valiosas, digamos de plata, brillan, porque se trata de cuentos, historias y recuerdos que he pensado y repensado, conversado y reconversado durante muchos años y ahora se van articulando.
Es una reconstrucción sentimental de los últimos veinte años, de eso se han formado las monedas.
Aparte, tiene un regusto de muerte. Sé que es una de las cosas que extrañaré -tener las fuentes de vivas de estos relatos- cuando comiencen a desaparecer mis afectos más cercanos.
Pero es una disgresión.
Lo importante, cada noche, es la ilusión con la que voy depositando en mi alcancía, la cual, por cierto, tienealgo de magia, pues estoy convencido de que allí dentro, esas monedas del recuerdo no sólo estan protegidas sino que crecen, como si les calcularan y abonaran intereses.
Seguiré llenando.
Todas las noches dedico un tiempo a escribir en los archivos las cosas que he anotado en un cuaderno de trabajo durante el día y otras impresiones o acciones que aparecen mientras me voy dejando llevar.
Desde hace algunos días me acompaña una imagen: esta novela es una alcancía.
La veo claramente, parece una alcancía que yo tenía, en forma de tríagulo con profundidad, con el antiguo logo del Banco de Venezuela. Blanca y azul. Una ranura pequeña arriba y abajo una tapa de rosca que sólo podían abrir los empleados del banco.
Es mi alcancía pero no puedo abrirla a voluntad, simplemente debo ir depositando. Y lo que voy introduciendo son monedas muy valiosas, digamos de plata, brillan, porque se trata de cuentos, historias y recuerdos que he pensado y repensado, conversado y reconversado durante muchos años y ahora se van articulando.
Es una reconstrucción sentimental de los últimos veinte años, de eso se han formado las monedas.
Aparte, tiene un regusto de muerte. Sé que es una de las cosas que extrañaré -tener las fuentes de vivas de estos relatos- cuando comiencen a desaparecer mis afectos más cercanos.
Pero es una disgresión.
Lo importante, cada noche, es la ilusión con la que voy depositando en mi alcancía, la cual, por cierto, tienealgo de magia, pues estoy convencido de que allí dentro, esas monedas del recuerdo no sólo estan protegidas sino que crecen, como si les calcularan y abonaran intereses.
Seguiré llenando.