domingo, marzo 22, 2009

Introducción

El crítico inglés Cyrill Connolly, en cita a Buffon, afirma que “escribir bien es a la vez sentir bien, pensar bien y decir bien”. El novelista norteamericano John Gardner explica cómo aquellos escritores abrumados por sus defectos como seres humanos —sus vicios, violencia, tendencias suicidas— cuando escriben logran ser realmente mejores personas. El argentino Ernesto Sábato puntualiza que, en parte, el escritor recorre el mismo camino del demente hacia los infiernos de la mente y sus rumbos se separan cuando el escritor lograr regresar a la cordura y tamizar con su sentido artístico todo lo terrible y traumático de su experiencia. Hasta ese punto llega el poder de la escritura.

La palabra, sin duda, tiene magia en cualquiera de sus manifestaciones: escuchada, hablada o escrita. Pero hay un aspecto en el hecho de teclear en una computadora o tomar pluma o lápiz y pasearlos por un papel que, de alguna manera, fija esa magia, la hace más duradera, me atrevería decir incluso que más trascendente.

Y es a partir de esta magia de la palabra escrita desde la cual podemos comenzar a pensar en verdaderos procesos, primero de conocimiento, luego de transformación y, en los niveles más depurados de su práctica, en una verdadera sanación.

Las definiciones son importantes: al hablar acá de sanación o curación (usaremos como sinónimos ambos términos) en primer lugar nos referimos a una recuperación o mantenimiento del equilibrio mental y/o emocional. No hablamos de fórmulas milagrosas que hacen desaparecer tumores o acaban con alguna otra enfermedad crónica, pero, sin duda, apunta hacia un área que a veces injustamente descuidamos y que influye directamente en la forma como enfrentamos nuestra vida: las técnicas de escritura creativa propuestas y empleadas en herramientas como el diario y el relato de sanación permiten dar orden al caos, armonizar la vida, encontrar puntos de paz, de tranquilidad desde los cuales se pueden construir soluciones integrales y permanentes.

Hace ya cinco años me decidí a ofrecer a otras personas algunas de las técnicas y conocimientos sobre la escritura creativa, que había obtenido después de un exhaustivo arqueo de bibliografía sobre el tema a través del formato de los talleres. En ese entonces me preguntaba si se podía enseñar y aprender la escritura de relatos cortos y me respondía que: “La escritura tiene dos componentes: el talento y lo que podríamos llamar la "artesanía".

El primero, por sus características, sólo permite ser orientado, canalizado. Pero la artesanía se aprende al descubrir algunas herramientas básicas, identificándolas en los relatos de otros autores y en los propios y manipulándolas, jugando con ellas. Un taller literario es un ambiente propicio para este proceso.”

Hoy parto de esa respuesta para construir otra pregunta: ¿es posible utilizar estas técnicas de artesanía de la escritura para que cualquier persona logre mejor su experiencia vital?”. Y con tranquilidad me respondo que si la persona es capaz de comprender la importancia del método, sus fundamentos básicos y tiene la paciencia suficiente para no frustrarse en las primeras etapas, no hay razón para que esto no pueda lograrse.

Me embarco en esta experiencia no con el ánimo de enseñar de manera dogmática una más de las llamadas “terapias alternativas” sino para trasmitir a ustedes esta otra potencialidad de la escritura que he descubierto y en la cual confío.

Lo que es y lo que no es escribir para sanar

Hay técnicas muy cercanas al método que propongo y aunque tienen evidentes semejanzas también existen diferencias que merecen ser enumeradas.

En primer lugar tomo lo obvio: la grafoterapia. A partir de la forma como una persona escribe se pueden hacer ciertos análisis que he encontrado muy útiles e incluso precisos y los cambios en esta forma de escribir puede contribuir a un proceso de sanación. Pero la grafoterapia no se interesa en el contenido de lo que se escribe, es el reino de la forma. Para nosotros el contenido será primordial.

Para poder lograr una mejoría es necesario que escribamos pero también que leamos aquello que escribimos, que tratemos de interpretarlo y que los significados que descubramos los hagamos parte de nuestra experiencia para lograr el conocimiento y la comprensión de la situación o emoción que está drenando a partir de nuestros textos.

Otra técnica cercana es la de la visualización creativa. Se trata en gran parte de componer la vida en imágenes, sin embargo, no es indispensable que esto sea registrado de manera alguna, con el simple trabajo mental, puede bastar. Nosotros proponemos que cualquier proceso tiene que ser llevado a palabras y escrito para lograr la fijación y la trascendencia que comentábamos en la introducción.

No siempre nos alcanzará con el lado más racional del lenguaje por eso, en ocasiones, tendremos que utilizar metáforas, símbolos o alegorías. Pero siempre llegaremos al papel y al lápiz, al registro, para luego poder leer, conocer, comprender y sanar.

Poema: El primer peldaño

El primer peldaño*

Éumenes, jovencísimo poeta,
se lamentaba un día con Teócrito:
"Dos años hace ya que escribo
he compuesto un idilio solamente.
Es mi única obra terminada.
Pobre de mí, ¡qué alta es la escalinata
de la Poesía!, bien lo veo, es altísima.
Y del primer peldaño en que me encuentro
pobre de mí, ya no subiré nunca."
Le respondió Teócrito " Impertinentes
son, estas palabras son blasfemias
Si has subido ya el primer peldaño
tienes que estar dichoso y orgulloso.
Haber llegado ahí no es poca cosa;
eso que has hecho no es pequeña gloria.
Aún el primer peldaño dista mucho
del público profano.
Para fijar ese peldaño es necesario
que seas ciudadano - y en plenitud de tus derechos-
de la Ciudad de las Ideas.
Es difícil y raro en tal ciudad
entre sus ciudadanos ser inscrito
pues hay Legisladores en su ágora
que no podrá burlar ningún aventurero.
Haber llegado ahí no es poca cosa;
eso que has hecho no es pequeña gloria"

*Cavafis

Sesión 1: El primer peldaño

Para comenzar a sanar a través de la escritura creativa es necesario tomar la responsabilidad de lo que se escribe y para lograr eso hay que comprender algunas realidades acerca del lenguaje.

El lenguaje existe en diferentes niveles. El primero es el más superficial, está compuesto por las fórmulas —casi automatismos— que todos los días ponemos en práctica para poder lograr un mínimo entendimiento con las demás personas: cuando decimos gracias, buenos días, buenas noches, muy probablemente no estamos implicando con estas palabras carga emocional o sentimental alguna, simplemente son formas que nos permiten sortear la vida en sociedad. No hay que despreciar este nivel del lenguaje, como siempre le digo a mis alumnos, resulta bastante útil al momento de cobrar un cheque en un banco, cuando entramos a un ascensor y queremos ser inmanente corteses. Lo que debe quedarnos claros es que se trata del nivel más superficial.

Al profundizar en el lenguaje vemos que tenemos posibilidades mayores y es la que ponemos en práctica cuando componemos o redactamos esas notas, cartas, correos electrónicos, memorandos y otros documentos que nos exige nuestra vida. Allí utilizamos otras estrategias, damos cierto valor a las palabras como entes individuales, aunque, por lo general, cada vez que tengamos la ocasión, nos inclinaremos por los lugares comunes y las fórmulas que nos permiten cumplir nuestros objetivos. De nuevo se trata de un nivel necesario.

Luego viene un nivel aún mucho más profundo y es el del lenguaje especializado, el cual se caracteriza por el uso de jerga muy específica de ciertas ciencias, artes o disciplinas, hay una intención de precisión muy importante y esto nos permite crear mensajes que podrán ser comprendidos y compartidos, básicamente, por aquellas personas que dominen los mismos códigos.

Finalmente, podríamos decir que se llega al lenguaje emocional. Este es el lenguaje en el que, teóricamente, componemos nuestros diarios, nuestras cartas de amor, nuestros poemas. En un lenguaje que, utilizando las mismas palabras que los otros, tienen una carga emotiva significativa.

Siempre es interesante preguntarse: ¿en qué se parecen y se diferencian una gran novela de un diccionario o una guía telefónica? Se asemejan en que ambas son ordenaciones intencionadas de palabras. Se diferencias en que mientras la precisión y frialdad del método alfabético domina en las últimas, en una buena novela es la emoción, el sentimiento que le imprime el autor lo que le da orden a esas palabras.

Es en este nivel de lenguaje emocional donde debemos trabajar.

Sesión 2: El poder creador de la palabra

En el llamado triángulo del significado sus vértices corresponde a la palabra, el concepto y el objeto. Esta expresión gráfica demuestra cómo funciona la palabra dentro del lenguaje: cada palabra alude a un objeto, ewl cual a su vez alude a un objeto. Entendiéndolo podemos dar otro paso firme para poder responsabilizarnos con lo que escribimos.

Tomemos la palabra “mesa”. Realmente, “mesa” es la combinación de cuatro letras. Pero, como hablamos el idioma, sabemos que cada vez que escuchamos, leemos o escribimos mesa nos referimos a un “mueble compuesto por un tablero liso sostenido por uno o varios pies y que sirve para comer, escribir, etc.”. Y, además, cada vez que vemos un mueble de estas características podemos diferenciarlo de una silla o un sofá.

La importancia de comprender esto es que para un mismo objeto, incluso para un mismo concepto pueden existir diferentes palabras que sirvan para nombrarlos, pero la elección de cualquiera de esas palabras no es perfectamente equivalente.

La selección del vocabulario encierra valor. No es lo mismo usar, para describir a un grupo aproximadamente igual, las siguientes palabras: trabajadora sexual, prostituta o puta. Cada una expresa de manera contundente mi intención. Cada vez que hago una selección de palabras debo estar consciente de que cada una de esas decisiones tiene sus implicaciones. Hay que medirlas, comprenderlas, ver cómo influyen en el texto.

Mientras estemos desarrollando nuestros textos estaremos frente a un proceso paralelo de creación y descubrimiento, por lo tanto, prestando atención a esto último, hay que recordar que los accidentes de la escritura tienen que ser observados. Si en un momento hace una elección que parece descabellada, se coloca algo que parece tener poco sentido, es mejor revisarla y estudiarla un poco aunque sea una reflexión sin mayor impacto práctico en el texto que se está trabajando.

Hay que evitar la búsqueda maniática de sinónimos, no se puede obviar que cada elección tiene sus implicaciones (grande por extensa, bella por hermosa no son directamente equivalentes).

Sesión 3: El secreto de la contemplación I: La descripción

Nick Herbert, citado por Wayne Dyer dice que “no existe realidad en ausencia de observación. La observación crea la realidad”. Sin embargo, muchas veces cedemos accidentalmente este poder y damos por sentado todo lo que nos rodea. Es allí donde muere la observación, la contemplación.

En otras ocasiones nos detenemos intencionadamente en nuestro entorno, nos damos unas vacaciones de nosotros mismos y queremos ver el mundo, pero entonces surgen las etiquetas: en lugar de ver a Pedro o María vemos el genérico “personas”, vemos “árboles” en lugar de Samanes y Araguaneyes y así sucesivamente. Sea por pereza o, peor aún, por pobreza de vocabulario, nuestra visión se encuentra limitada en demasiadas oportunidades.

La idea en esta sesión es conversar sobre el poder de la descripción y su capacidad para precisar, para fijar aquello de lo cual deseamos escribir. Para esta tarea tendremos dos aliados: los adjetivos y los adverbios.

La escritora norteamericana Carson McCullers decía que el detalle es la vida de la escritura: no es lo mismo una mesa que una mesa redonda ni que una mesa verde. Los adjetivos nos servirán a dos propósitos: uno, expresar una cualidad; otro de clasificación, introduce en una categoría el sustantivo. Por eso un dicho expresa que no es lo mismo una amiga vieja que una vieja amiga.

Por otra parte, tenemos los adverbios. Los adverbios son al verbo lo que el adjetivo es al sustantivo. Como en los ejemplos, muchos de los adverbios terminan en "mente" por lo cual tienden a ser palabras largas, lo cual obliga a prestar atención a su uso pues en determinadas circunstancias pueden romper el ritmo del relato. (esto se puede solucionar colocando antes del sustantivo la preposición "con", en nuestros ejemplos con rapidez, con nervio, con duda, con ritmo de zigzag.)

También sirven para calificar a los adjetivos, por ejemplo: trágicamente desesperado, tristemente célebre.

Lo importante entonces es que recordemos que necesitamos hacer un esfuerzo conciente para observar más allá de las generalizaciones y obviedades y enriquecer nuestra visión a través de una contemplación cada vez más precisa.

Sesión 4: El secreto de la contemplación II: Más allá de las combinaciones de palabras

El lenguaje no tiene sólo un valor utilitario, tiene también otras formas de uso como el que ofrecen las metáforas que no son más que una forma, generalmente poética, con la cual logramos crear imágenes mucho más vívidas que con cualquier descripción ordinaria. Podría pasar horas describiendo el amarrillo del color del cabello de una mujer que me gusta pero, pese al lugar común, si digo que sus cabellos son de oro, muy probablemente la imagen será muy clara para quien me lee o escucha. Así funcionan las metáforas.

Por otra parte, el hombre también ha buscado otra forma superior del lenguaje en los símbolos. El hombre, a medida que el mundo se ha vuelto más complejo, ha buscado maneras para que el mundo se le haga más digerible, es decir, en medio de las tendencias dominantes de especialización y obediencia a la ciencia, el hombre busca refugio en imágenes que se acercan más a las inclinaciones mágico-religiosas de los primitivos.

Hay algunos como el vientre, el cual es el símbolo materno por antonomasia. Puede simbolizar apetito desmedido, renacimiento (por el regreso al útero) o la de infierno ya que ciertas culturas lo relacionan con una especie de prisión espiritual. La serpiente es una de las representaciones del mal y, sobre todo, de la tentación en la tradición judeocristiana.

El aceite tiene un significado como parte de los rituales donde se ungen a las personas con una especial misión, para llevar a cabo una misión extraordinario. Igualmente se asocia con la muerte. Los agujeros representan la fecundidad, son asociados directamente con el órgano sexual femenino, aunque a veces con una connotación un tanto tenebrosa de “abertura hacia lo desconocido”.

La boca es símbolo de la potencialidad creadora y de la vida en general ya que en ella convergen la palabra y el soplo. Se asemeja al fuego porque ambos tienen en sí la fuerza para crear y destruir a un tiempo. El centro simboliza un lugar sagrado y mágico y su búsqueda es importante en nuestras culturas. Comenta Mircea Eliade: “el viaje al centro no es sino un ritual de lo profano a lo sagrado, de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y eternidad; de la muerte a la vida, del hombre a la divinidad.”

Estos son sólo algunos de los símbolos. Sólo tratamos de dejar en claro que es necesario estar atentos a su construcción de manera conciente y, a veces, a su aparición. Cerramos los ojos, imaginamos, vemos a un niño y tal vez no se trate específicamente de una persona sino de un símbolo, digamos de la ingenuidad o de esa parte de nosotros que tiene arraigo en la infancia.

Sesión 5: Escribir y sanar: El diario de sanación

Ha llegado el momento de poner en práctica de manera sistemática las herramientas y nociones que hemos venido revisando hasta ahora, recorreremos tres instrumentos como los diarios de perdón y sanación y los relatos de sanación.

En primer lugar, me gustaría explicar un poco en qué consistirá en general nuestro trabajo al utilizar la escritura creativa para la sanación. Realmente se tratará de un proceso muy parecido a la meditación tradicional. La información expuesta en las sesiones anteriores debe ser asimilada, digerida, porque ahora, cada vez que utilicemos alguno de los instrumentos como los diarios o el relato, tendremos que evitar volver a nuestros apuntes o a nuestras ideas de manera conciente, debe tratarse más bien de un conocimiento, una base natural sobre la cual se construirán nuestros textos.

Algunas personas asocian directamente la meditación con la inmovilidad. Esto es, en mi opinión, por lo menos una verdad a medias. Como bien dice el libro “Yo soy Eso”: “El propósito principal de la meditación es devenir consciente y familiarizado con nuestra vida interior. El propósito último es alcanzar la fuente de la vida y de la conciencia.”

Así que en gran parte estaremos acallando nuestro diálogo interior, nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones que se presentan de forma involuntaria y caótica, para dedicarle el tiempo de escritura a algunas en específico o aquellas que surjan en un estado de relajación.

Llevar un diario es una de las maneras que tradicionalmente se utilizan para conseguir un espacio de intimidad. Decía un escritor que “escribir es pensar despacio”. El diario, cuyas entradas generalmente se escriben al comienzo o al final del día sirven para poner en perspectiva sucesos puntuales de la vida, emociones, sentimientos siempre dentro de un marco de intimidad y secreto.

Sin embargo, observo en los diarios tradicionales algunos defectos:
a)Un lenguaje demasiado emocional: que, en lugar de describir emociones y sentimientos, se deja llevar fácilmente por pasiones, produciendo muchas veces un efecto distorsionador y exagerado (positiva o negativamente) de lo tratado que podría resultar nocivo.

b)Un lenguaje críptico o secreto: en los diarios suele escribirse por un lenguaje demasiado anclado en las circunstancias que rodean la fecha de la anotación, por lo tanto, a medida que pasa el tiempo, el efecto que tiene la relectura de la anotación puede perderse.

c)Un cierto desorden: el cual se manifiesta en anotaciones de todo tipo que pueden tener poco uso en términos de lo que denominamos sanación.

De estas observaciones surge lo que denominaremos nuestro diario de sanación, para el cual necesitaremos previamente:

1)Un cuaderno, archivo de computadora o cualquier espacio que esté dedicado única y exclusivamente para el diario

2)Compromiso de por lo menos entre diez y quince minutos diarios para realizar las entradas.

3)Trabajar en la disciplina mental: esto lo haremos forzándonos todos los días durante algunos momentos a contemplar de manera detallada alguna de las actividades que realizamos durante el día y a saber distinguir los hechos propiamente dichos de las emociones, la realidad de las expectativas y el recuerdo. Para esto pueden ser muy útiles las actividades más rutinarias: como comentamos anteriormente, llega un punto en que ciertas tareas se realizan sin ningún tipo de conciencia y es en este punto en el cual perdemos en cierto sentido humanidad. Nuestra tarea es recuperarla a partir de la contemplación.

El trabajo con el diario será como sigue:

I)Se tomarán entre y cinco minutos para hacer un balance del día y tomar aquella imagen, idea, situación o sentimiento que más vívidamente nos viene a la mente.

II)Se hará un inventario de las personas, objetos, lugares y sentimientos involucrados.
III)Se procederá a hacer la anotación

IV)Se leerá la anotación, de ser posible en voz alta.

V)Se observará la reacción que produce la lectura y se preguntará: ¿esto me trae paz o agitación? ¿Por qué? Se anotará la respuesta.

VI)Se tratará de extraer una enseñanza o lección, que se leerá al día siguiente.

Sesión 6: Escribir y sanar II: El diario del perdón

La primera vez que supe de esta técnica fue por medio de Carlos Fraga. Básicamente se proponía lo siguiente: cada uno de los siete días de la semana uno dedicaría un tiempo para anotar en un cuaderno la frase “Yo, MI NOMBRE perdono a _________ por ________” un número determinado de veces por día. Al terminar este procesos (después de una semana entera dedicada a una persona específica, se realizaba un ritual y uno había liberado de esta manera el resentimiento que pudiera tener, conciente o inconsciente, a cualquier persona o situación y así sanaba esa parte de la vida.

Puedo catalogar esta técnica como un antecedente lejano de este proyecto de escribir para sanar, yo mismo le di uso en esa época, unos diez años atrás y me sirvió. Sin embargo, observé que cuando no había un lenguaje preciso, las verdaderas emociones se enmascaraban en frases hechas y lugares comunes.

Los lugares comunes son esas expresiones que de tanto uso ya han perdido su significado propio y particular. Entran en esta categoría expresiones del tipo: “muerto de miedo”, “limpio como tacita de plata”, por ejemplo.

Además, también sentía que había fallas si el lenguaje era demasiado escueto. Si yo me limito a decir “Yo, Jesús, perdono a José por herirme”, estoy evitando drenar lo que verdaderamente quiero decir, el hecho específico en el cual me sentí herido.

Pero el valor que nunca perderá el método es su capacidad de ofrecernos una radiografía de nosotros mismos. Pasaremos toda una semana escribiendo, en secreto, sin restricciones, las razones por las cuales deseamos perdonar a alguna otra persona. Y si, además, lo hacemos con un lenguaje descriptivo, con precisión y abundancia de detalles sabremos que todo tiene que comenzar con perdonarnos a nosotros mismos. Todas estas acciones a nuestro alrededor realmente no tienen ninguna emoción inherente a ellas, es nuestra actitud hacia ellas lo que les da significado.

Utilidad del método

a)Le ofrecerá la posibilidad de reconciliarse con su entorno y, aún más importante, con usted mismo.

b)La ayudará a dominar sus frustraciones y dolores al conocerlos: cada vez que logre decir de manera detallada por qué cree que debe perdonar a unas persona comprenderá la naturaleza de su sentimiento y será más conciente del mismo.

c)Se librará de la incómoda carga del resentimiento y recuperará esa energía para poder lograr propósitos superiores.

d)Cerrará ciclos: perdonar significa también en gran medida dar por concluido, finiquitar. Una vez que ya te perdono por todo lo que creo que me hiciste, ya no puedes continuar viviendo en mis fantasías del pasado o en mis ansiedades del futuro, simplemente estoy tomando la decisión de dejar ir ese sentimiento.

Sesión 7: Escribir y sanar III: El relato de sanación

Vivimos demasiado distraídos por dos tiempos que, en su esencia, son irreales: el pasado y el futuro. El pasado, la memoria es una recreación, generalmente incompleta y sesgada, de eventos que ocurrieron; el futuro es expectativa, imaginación de eventos que ocurrirán. Esto nos distrae del momento presente.

Narrar es traer al momento presente. No importa que utilicemos tiempos verbales pasados o futuros, el mero hecho de escribir acerca de determinada situación o emoción la actualiza, la coloca en el presente y nos permite desligarnos de la simple memoria o anticipación y esta es una herramienta muy poderosa.

Los relatos de sanación serán como una especie de álbum de fotos pero, en lugar de láminas fotográficas, estarán descripciones de momentos particularmente importantes en nuestra vida.
El primer paso será seleccionar aquella situación que deseamos convertir en un relato y saber que, de antemano, las situaciones no tienen tema: si mi pareja me deja esperando en un restaurante pese a que teníamos una cita y su ausencia luego es explicado porque ella ha decidido unilateralmente terminar nuestra relación, hay varios temas que pueden surgir: el miedo a la soledad, la ofensa o la traición que me simboliza la ruptura, la libertad de no tener los compromisos de una relación, por nombrar solo algunos.

Entonces podemos decir que el segundo paso será elegir o detectar cuál sería lo que llamaremos el “tema preliminar” de nuestro relato. Luego pasaremos a considerar los elementos que lo conforman: el ambiente, las personas involucradas, el tiempo y cualquier otro aspecto que consideremos importante. Nuestra intención en este punto es realizar descripciones precisas para poder lograr mejores efectos y hacer más vívido nuestro relato.

Posteriormente crearemos una línea de tiempo para nuestro relato donde organicemos de manera progresiva los eventos.

Aquí tendremos que identificar cuidadosamente los siguientes puntos:

a)El inicio: nuestra historia no tiene por qué perderse en todo tipo de antecedentes. Si retomamos mi ejemplo imaginario del hombre que espera en un restaurante a su futura exnovia no tiene sentido comenzar desde que se conocieron sino, por ejemplo, en el momento que el hombre entra al restaurante.

b)El desarrollo de la historia: debemos narrar los sucesos que transcurren en el tiempo que hemos elegido, las acciones, las sensaciones y las emociones. En este aspecto consideraremos lo que yo denomino puntos de inflexión: son momentos del desarrollo donde los componentes de la historia o bien se intensifican (cosas buenas se ponen mejor, cosas malas empeoran) o cambian de rumbo (cosas que eran buenas tornan en malas y viceversa).

c)El desenlace: no importa que todavía vivamos o no con las consecuencias de ese momento que hemos decidido relatar, debemos darle un final, un cierre.

Finalmente procederemos a relatar nuestra historia y a leerla una vez terminada.

Utilidad del método

a)Si practica constantemente, logrará ver ciertos episodios de su vida de una manera más objetiva, menos apasionada, y esto ayudará a su mejor comprensión y a la asimilación de la experiencia.

b)En algunas tribus indígenas existe un procedimiento parecido denominado recapitulación, a través del cual se va limpiando el sufrimiento del pasado para recuperar la energía represada por experiencias dolorosas.

c)Comprenderá que la vida tal cual la conocemos es un conjunto de relatos superpuestos que pugnan unos con otros por imponerse de manera dominante, así que podrá estar atento para no abandonarse a ninguno de estos relatos y sabrá que siempre hay espacio para su propio relato.

Sesión 8: Sanar la ira, el rencor y el odio

Muchos expertos consideran que la mayoría de nuestros males provienen de vivir constantemente debatiéndonos entre dos fuerzas: nuestros deseos y nuestros temores. Nuestra memoria nos trae constantemente evocaciones de situaciones y sensaciones dolorosas y placenteras, de allí que se generan de manera automática mecanismos que nos llevan a desear el placer y temer el dolor para así evitarlo. Pero al realidad es que ese enfoque, aunque de manera básica tiene mucha lógica, es por demás limitado.

Así como por los casos de quemaduras graves incluso mortales no puede hacernos pensar que toda la humanidad debe prescindir del fuego, de igual manera debemos estar pendientes ante nuestros sentimientos y nuestras reacciones para que surjan de un estado conciente para lograr una mejor conexión, una mejor interrelación con el mundo que nos rodea.

La ira, el rencor o el odio, todos parecen caras de un mismo mal. Nos enfurecemos constantemente por cosas triviales o de alcance muy humano: por una cola lenta en un banco o por las personas que padecen maltratos y hambre en algún lugar lejano del mundo o en las zonas menos acomodadas de nuestra ciudad. Guardamos rencores porque nuestra memoria aparece para recordarnos constantemente determinada situación y el dolor que nos provocó. Llegamos a odiar porque consideramos que existen entre nosotros y el objeto de nuestro odio diferencias irreconciliables.

Sin embargo, todas estas son emociones negativas que nos mantienen distraídos de una vida con propósito, de una vida dedicada al conocimiento de nosotros mismos para alcanzar equilibrio y felicidad. Por esta razón es imperativo que sanemos estos sentimientos. Como si esto fuera poco, nos impiden recordar que, en definitiva, el rencor, el odio, el resentimiento no castigan a nadie más que a nosotros mismos.

El primer paso que debemos tomar es reconocer que esos sentimientos son nuestra responsabilidad: provienen de interpretaciones de los hechos y, como toda interpretación, se enmarca en un campo subjetivo que nos permite valorarlo en su justa medida. Una vez que aceptemos que es un sentimiento que surge en nosotros y que, en realidad, es nuestra decisión mantenerlo o no, habremos sido como un experto en explosivos que está frente a una potente bomba y debe salvar a muchas vidas inocentes: hemos desactivado el aparato y el peligro más inminente ha pasado.

En este punto podríamos detener nuestro trabajo, sin duda, sabiendo que a voluntad podemos sentir o dejar de sentir la ira, el rencor o el odio, vamos a estar aliviados. Sin embargo, continuando con la idea del experto en explosivos, el trabajo se concluirá cuando logremos deshacernos totalmente de la bomba para que no pueda ser un peligro para nadie y, sobre todo, para nosotros mismos, no sea que por accidente la detonemos.

Si bien es cierto que existen muchas maneras de sanar estos sentimientos, yo planteo una que es muy poderosa ya que no se limita a sanar esas heridas sino que realiza una completa sustitución de tejido, abriendo la vida a muchas posibilidades. La clave está en el agradecimiento.

El agradecimiento es la forma que tenemos de expresar gratitud. Y no hay duda que, por el mero hecho de estar vivos, ya hay necesidad de agradecer. ¿Agradecer a quién? Podríamos llamarle Dios, Naturaleza, Fuerza, Universo. Lo importante es que hagamos del agradecimiento parte importante de nuestra vida.

Terminamos traumáticamente una relación, nos abandonaron, nos hirieron, pero: ¿no tenemos la posibilidad de crecer a partir del dolor? ¿No aprendimos cosas nuevas acerca de nosotros mismos? ¿No estamos en capacidad de continuar adelante y darnos otra oportunidad? ¡Entonces agradezcámosle a Dios!

Por eso decimos que el agradecimiento está relacionado con otra emoción de la cual nos distanciamos cada día: el asombro: como hemos dicho, damos demasiadas cosas por sentados y es muy triste escuchar a alguien que diga que ha perdido su capacidad de asombro.

Habitamos un cuerpo cuyas funciones fundamentales, aquellas sin las cuales no podríamos vivir se hacen “automáticamente”. ¿No es eso asombroso? Cuando ingresamos en los sueños nuestra conciencia sigue perfectamente viva, generamos todos tipo de imágenes y, literalmente, llevamos una segunda vida. ¿No hay razón para asombrarse? A diferencia de la mayoría de las especies para nosotros el equivalente del apareamiento no cumple simplemente una función reproductora sino es la posibilidad de expresar sentimientos, de lograr una comunicación que no podríamos establecer de ninguna otra manera. Y así podríamos seguir enumerando las posibilidades de asombrarnos.

Dejar el agradecimiento sólo para los momentos buenos es como decir que vamos a ser generosos cuando tengamos riquezas: ¿no somos nosotros los que estamos perdiendo esta oportunidad preciosa de convertirnos nosotros mismos en seres milagrosos?

Sesión 9: Sanar el egoísmo, la soledad, el aislamiento

“Sé tú mismo el milagro”
Bruce Almighty


Hemos comprendido la importancia de ser agradecidos, de asombrarnos frente a las pequeñas cosas de la vida que realmente son milagros permanentes y tangibles para nosotros en cualquier situación, pero aún así nos encontramos demasiado centrados en nuestra vida, nuestra preocupaciones, nuestros deseos, nuestros temores. No es cuestión simplemente de no tener coyunturalmente pareja o cualquier otro tipo de compañía, en realidad estamos desconectados con lo que nos rodea.

Podemos incluso llegar a pasar las evaluaciones de los símbolos externos del éxito: tenemos una carrera profesional ascendente, tenemos más dinero, más objetos, pero todavía estamos vacíos. Y en cada paréntesis de nuestra agitada vida ese vacío se nos hace demasiado real y tratamos de olvidarlo poniéndonos nuevamente en movimiento.

Muy probablemente estemos tan ensimismados en nosotros mismos que estamos generando barreras de protección tan altas que somos fácil presa de la soledad y el aislamiento.
Esta desagradable sensación tiene una forma de curación que día a día se me prueba más efectiva y es la generosidad. La capacidad de dar desinteresadamente, la capacidad de emprender cualquier tipo de viaje (llamémoslo proyecto laboral, relación amorosa, dieta, por dar algunos ejemplos) por el simple hecho de querer disfrutar la travesía, es indispensable para librarnos de este problema.

La realidad es que este concepto que tiene en la vida diaria diferentes formas de manifestación (aportes monetarios a instituciones caritativas, voluntariado, ceder el puesto a una persona mayor en una unidad de transporte público) tiene en la comunicación en general y en el lenguaje en particular, unas formas de aplicación muy útiles y precisas.

Por definición, las obras de creación literarias más apreciadas por los lectores y que seguimos leyendo después de siglos se su primera aparición tienen en común la generosidad con sus lectores. Se trata de libros y autores que se esforzaban en presentarnos la mayor cantidad de causas para los conflictos que se manifestaban en el texto, los detalles necesarios para oler las rosas, ver los atardeceres y casi escuchar el llanto de un niño o acariciar la mejilla rosada de un joven que espera porque llegue su “Príncipe azul”. Y el premio que todos estos escritores ganaron fue la inmortalidad. Por su afán de generosidad.

Cuando nosotros escribimos debemos tratar de ofrecer a nuestro lector (aunque en ocasiones no se trate más que de nosotros mismos) toda la información necesaria: ese minuto extra que pasamos observando una situación, ese adjetivo que agregamos para que se gane en claridad llevan en sí mismo la recompensa de la generosidad con uno mismo.

Cuando llevamos nuestro diario podemos probar a no hablar de nosotros ni a utilizarlo como un arma de denuncia o crítica por los errores que pensamos que la gente a nuestro alrededor conoce ni de alabanza a aquellos que actúan como nosotros consideramos que deben hacerlo. El diario es un espacio perfecto para probar la generosidad con otras personas, para tratar de comprender en lugar de criticar.

¿Por qué no tomamos unas líneas de nuestro diario para tratar de hablar de los puntos de vista de otras personas, de las ideas que repelemos, de los éxitos de nuestra familia o amigos? Estos pequeños actos de generosidad secretos se irán transformando en un hábito tan deseable que pronto habrá manifestaciones claras en la vida diaria y que impedirán que podamos volvernos egoístas, solitarios o aislados.

Sesión 10: Sanar el miedo, la preocupación

“Nos hemos detenido momentáneamente para encontrarnos unos a otros, para conocernos, amarnos y compartir. Éste es un momento precioso pero transitorio. Es un pequeño paréntesis en la eternidad. Si compartimos con cariños, alegría y amor crearemos abundancia y alegría para todos. Y entonces este momento habrá valido la pena ”
Deepak Chopra, Las siete leyes espirituales del éxito.


Desde el momento que asumimos la preocupación, la turbación de espíritu e incluso el miedo como parámetros inequívocos de nuestro grado de responsabilidad comienza una secreta y callada veneración por estas sombras que pueden llegar a convertirse en un flagelo.

Hay alguna cuenta por pagar, hay grupos de diferentes ideologías políticas luchando por el poder, hay inseguridad personal, hay epidemias mortales e instrumentos de guerra que podrían en un segundo acabar con el planeta. Realmente en el plano directamente físico es poco lo que podemos hacer, sin embargo, nos entregamos a la preocupación con pasión de amantes.

Invertimos demasiada energía discutiendo nuestros puntos de vista sobre estos asuntos que nos preocupan, tomando todo tipo de previsiones que rayan en el comportamiento paranoide y en el camino perdemos la posibilidad de un sueño tranquilo, un apetito saludable y un correcto funcionamiento físico, mental y espiritual.

Un presidente norteamericano dijo alguna vez que si algo hay que temer es al temor mismo. No podía ser más acertado. Como también se dijo alguna vez, en la epidemia de peste de Europa siglos atrás más gente fue muerta por el miedo huyendo en estampidas o repeliendo a potenciales infectados que directamente por la enfermedad.

El miedo no es un estado natural. No lo es porque, de ser así, ninguna de nuestras funciones corporales estaría en marcha. Seguramente si quedara por nuestra cuenta controlar el corazón, nos reocuparíamos tanto por cuidar que no se desgaste que lo dejaríamos trabajar a tan baja intensidad que moriríamos. El propio acto de nacer sería evitado con todas nuestras fuerzas para no enfrentarnos a este mundo de horrores.

En realidad, nuestro estado natural es el de la confianza, la fe. La fe del niño todavía en el vientre de su madre que debe necesariamente confiar que se le dará el alimento indispensable para poder existir. La fe con la cual vamos a acostarnos cada día sabiendo que el sueño es un proceso natural, un paréntesis del cual despertaremos con nueva energía. La confianza con la que dejamos que nuestro corazón lata, nuestros riñones trabajen y nuestros pulmones nos oxigenen.

Pero a medida que vamos creciendo nos vamos volviendo escépticos y la preocupación es un signo de adultez, de hecho, cualquier persona que no entre en este esquema se le considera “ingenuo como un niño” y con esto se pretende un mayor o menor insulto.
No puedo decir, al menos no en un primer momento, que con la solución que propongo las preocupaciones serán barridas de su vida pero, sin lugar a dudas, usted podrá, como hemos podido revisar, darse cuenta que:

1)Usted es mucho más que sus preocupaciones

2)La preocupación no es su estado natural, puesto que vivió muchos años sin ellas

3)Es su decisión y su responsabilidad preocuparse o no

4)Sus preocupaciones por sí solas no le ayudan a solucionar nada

De esta manera, le propongo que haga un esfuerzo conciente por revisar sus preocupaciones y su fe, no sus simples creencias sino aquello en lo que, digamos, en una situación límite como su presencia en un avión que está apunto de estrellarse le queda a usted.

Sustentada por la ficción, un testimonio de la escritora Alice Hoffman

Me dijeron que tenía cáncer en un hermoso y azul día de Julio. Estaba en Cape Cod terminando el primer borrador de una novela cuando sonó el teléfono. Pensé que ya era hora de que me tocara algo de buena suerte, y cuando escuché la voz de mi cirujano supuse que estaba a salvo. En las novelas a la gente se les convoca a oficinas para trasmitirles las malas noticias y, después de todo, era un día demasiado espectacular para una tragedia. Las rosas estaban totalmente florecidas. Las abejas revoloteaban frente a las ventanas, perezosas de polen y calor.

Estaba segura de que mi doctora me llamaba para decirme que el resultado de la biopsia era negativo, estaba absolutamente segura, pero entonces, ella dijo: "Alice, lo siento". Pude detectar preocupación y tristeza en su voz, y entendí que algunas cosas son verdad sin importar cuándo o cómo nos las digan. En apenas un instante, el mundo tal cual lo conocía resbaló de mis manos, dejándome en un planeta lejano, distante; un planeta sin gravedad ni oxígeno, donde todo había dejado de tener sentido para siempre.

Habían sido años malos para mi familia. Mi amada cuñada Jo Ann había perdido su valerosa batalla contra un cáncer cerebral; mi madre había sufrido un severo accidente cerebro vascular para luego ser diagnosticada con cáncer de mama. Yo había pasado dos años completamente involucrada en el cuidado de la salud de varios de mis seres queridos, terminando mi novela Aquí en la Tierra durante horas robadas tan temprano en la mañana que las aves todavía dormían. Al momento en que Aquí en la Tierra fue seleccionada para el Club del Libro de Oprah, ya no me estaba sintiendo muy bien. Dos días después de regresar de Chicago, me palpé y encontré un abultamiento en mi seno.

Durante toda la enfermedad de mi cuñada Jo Ann estuve escribiendo relatos. Necesitaba un espacio ficcional al cual pudiera escapar y no tenía ni el tiempo ni el vigor físico para un proyecto de mayores dimensiones. Pero estas eran historias de una novelista, y rápidamente se fueron entrelazando, era la historia de una familia hundida en las trincheras de las mismas calamidades que mi familia ahora enfrentaba.

Fui al hospital todos los días durante meses, y el mundo exterior, aquellas personas con planes –los amantes, los nuevos padres, los estudiantes- me parecían bastante menos reales que el espacio ficcional que estaba creando. Cuando Jo Ann me pidió que le encontrara un lugar para su tumba, una misión descorazonadora como ninguna, mis personajes de “Chicas nativas” siguieron una senda parecida ese mismo día, aunque ellas fueron mucho más sabias que yo y muchísimo más optimistas. Francamente, no sé si hubiera podido sobrevivir a aquella tarde en particular sin el apoyo de las mujeres de “Chicas nativas”.

En mi experiencia, los enfermos se vuelven más ellos, como si de una vez por todas los excesos les fueran arrancados y sólo su más verdadero centro persistiera. En el caso de mi cuñada Jo Ann, se volvió más dulce con cada día, una persona más amable y compasiva a pesar de su agonía. Mi madre, que siempre atesoró la vida, estaba lista para ver Eyes wide shut con su nieto de 18 años el día cuando en que murió. Mi otra cuñada, Maryellen, diagnosticada con cáncer de seno unas pocas semanas después que yo, utilizó todo su propio conocimiento médico para convertirse en una asombrosa investigadora, tan confiable como cualquier experto.

¿Y quién era yo en el mismo fondo de mi alma, debajo de piel, sangre y huesos? Yo no eran tan adorable y agradable como Jo Ann, ni tan valiente como mi madre, ni capaz o independiente como Maryellen. Supe quien era cuando decidí posponer mi intervención quirúrgica, una soberana tontería, y aún así me sentí impulsada a terminar el primer borrador de mi nueva novela. En un momento cuando todo a mi alrededor parecía estar fuera de control, cuando las vidas eran truncadas y el destino parecía especialmente cruel, tuve la necesidad de alcanzar algún desenlace. Estaba desesperada por saber cómo resultarían las cosas, así fuera en la ficción si no me era posible en la vida. Más que nunca, más que nada, era una escritora.

Me separé de todos excepto de mis amigos más cercanos y mi familia. A casi nadie comuniqué mi enfermedad, y en cambio me sumergí en lo que siempre he encontrado más sanador. Los escritores no escogen su oficio; tienen una profunda necesidad de escribir para poder enfrentar el mundo, y esto era todavía una verdad para mí. Incluso en esas circunstancias, escribir era una experiencia trascendente. Cuando mi condición se agravó y no me podía mantener sentada por mucho tiempo, coloqué un futón en mi oficina y entonces pasaba del escritorio a la cama, una y otra vez hasta que la línea entre el sueño y la escritura no fue más que un hilo delgado y traslúcido.

Lo real y lo imaginario se trenzaron. Vivía mi propio mundo y el mundo de mi libro simultáneamente. Podía reposar sobre una mesa durante un examen óseo y aún allí deslizarme dentro del río donde los nenúfares flotaban aguas abajo, con mis pies hundiéndose en el suave lodo. Podía estar atravesando nevadas, noches de luna o campos de rosas mientras recibía radiación.

Un oncólogo particularmente intuitivo y experimentado me dijo que el cáncer no tenía por qué ser el libro entero de la vida de una persona, simplemente un capítulo. Sin embargo, los novelistas sabemos que algunos capítulos dan forma a los otros. Son los capítulos de tu vida que te golpean fuerte y te enseñan y te hacen llorar, que te invitan a adentrarte al otro lado del telón que nos divide a aquellos que debemos enfrentar nuestro destino más temprano que tarde. Lo que buscaba durante los diez meses de quimioterapia y radiación era una forma de darle sentido al dolor y a la derrota.

Escribí para encontrar belleza y propósito, para saber que el amor es posible y duradero y verdadero, para ver lirios y albercas, lealtad y devoción, aunque mis ojos estuviesen cerrados y todo lo que me rodeara fuera una oscura habitación. Escribí porque eso era yo en mi centro, y si estaba muy debilitada para caminar alrededor de la cuadra, igual me sentía afortunada. Una vez que iba a mi escritorio, una vez que empezaba a escribir, todavía creía que cualquier cosa era posible.
(originalmente en the new york times, traducción libre Jesús Nieves Montero)

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